7. Halperín Donghi, Tulio, Vida y muerte de la república verdadera (1910-1930), Buenos Aires,
Ariel, 1999. (Páginas 164 a
183)
9. Bunge, Alejandro, selección de textos de la Revista de Economía Argentina.
Contribuciones de los alumnos para la discusión en prácticos:
Contribución de Andrea:
La presente clase aborda las contribuciones de Alejandro Bunge a los
debates referidos al modelo agroexportador en Argentina. Miembro de una
tradicional familia de origen alemán, Bunge (1880-1943) fue un ingeniero
dedicado al estudio de la economía argentina, a través de la investigación y la
docencia. Se desempeñó tanto en el sector privado nacional y extranjero como en
la esfera pública. Publicó ocho libros y cientos de artículos, la mayoría en la
Revista de Economía Argentina (REA),
que fundó en 1918 y fue su principal canal de expresión, así como el de sus
colaboradores y discípulos[i].
A partir de la selección de textos de su autoría, se pueden sintetizar
las principales líneas de su pensamiento económico. Bunge parte de una crítica
a la inmutabilidad de la política económica argentina ante un contexto
cambiante, producto de la ausencia de un análisis directo de la “economía
positiva”[ii].
Al respecto, afirma en 1921: “Han transcurrido ya 40 años de vida económica
uniforme, ajustada a normas invariables que, justificadas en otros momentos,
vienen comprometiendo seriamente el desarrollo y el progreso del país, de 10 ó
15 años a esta parte”[iii].
En consecuencia, “…corremos el [riesgo][iv]
de estabilizarnos en la vida agrícola y pastoril y del comercio exterior (…) Ha
bastado que la capacidad de consumo de Europa se haya reducido, o que algunos
estados hayan modificado su política, para que la Argentina se vea amenazada
con una larga crisis”[v].
Argentina constituiría una nación de “segundo orden, económicamente tributario
de otras potencias” y por lo tanto sujeta a factores externos. Bunge llamaba a una urgente –y, a su criterio,
factible en lo inmediato- modificación de tal realidad: “Nuestro medio físico
es el patrimonio territorial más rico que tenga país alguno de la tierra con
relación a su población; nuestra raza, de origen europea, es inteligente y
fuerte; hemos alcanzado un grado de cultura que (…) no ofrece ningún obstáculo
insuperable para que un cambio de política económica nos permita colocarnos, en
pocos lustros, en la posición de una nación de primer orden, capaz de dar el
máximo de bienestar a sus habitantes”[vi].
Esa política debía orientarse a perfeccionar la producción mediante la
intensificación de la agricultura, la explotación de las minas y la creación de
manufacturas, resultando necesaria la aplicación de derechos aduaneros[vii].
De ese modo, cesaría la dependencia del extranjero[viii]
en un contexto de aumento de los precios internacionales de los bienes
industriales y reducción de los de los productos primarios; y se alcanzaría la
buscada independencia económica. En 1930, ya como funcionario del gobierno de
facto en la Provincia de Santa Fe y haciendo una fuerte crítica a las gestiones
anteriores, postuló: “Fomentando las industrias (…) es como ha de crearse
trabajo, cultura, independencia económica, nunca regalando empleos públicos ni
alentando huelgas y sabotajes, ni engañando al pueblo con promesas de más altos
salarios que nada significan”[ix].
Los textos de Juan José Llach[x]
y Tulio Halperín Donghi[xi]
destacan la relevancia del pensamiento de Bunge para analizar la crisis del
modelo agroexportador. Llach reivindica fuertemente los aportes de sus
trabajos, y de la REA en general, en términos de diagnóstico respecto de las
causas y características de los problemas del desarrollo económico argentino[xii],
irresueltos hasta el momento, que “impidieron a la sociedad argentina
autogenerar las transformaciones paulatinas de su estructura económica
necesarias para que se hicieran realidad las grandes promesas de fines del
siglo XIX”. Halperín, si bien resalta la originalidad del pensamiento de Bunge
al ser de los pocos intelectuales que detectaron el agotamiento del modelo
económico vigente, critica el carácter “intuitivo” de su diagnóstico, por no
pensar “como economista” los problemas de la economía argentina. En buena
medida, ambos autores ven el legado de Bunge a la luz de sus propias
concepciones de “lo deseable” para la Argentina: el modelo “que no fue” en
términos de Llach y la idealización de la “república verdadera” en el caso de
Halperín.
Llach rescata tres enseñanzas de la REA como nodales para reconstruir el
pasado argentino: la centralidad del período de entreguerras como unidad de
análisis para la historia económica, donde radican los orígenes de los
problemas del desarrollo económico argentino; los enfoques sobre las
potencialidades y limitaciones del desarrollo económico argentino hacia la
Primera Guerra; y el hecho de que las políticas económicas de la década del
treinta y el peronismo no sólo fueron respuestas a la coyuntura de la crisis
internacional y la guerra, sino también a los problemas de más larga duración
que afloraron hacia 1914[xiii].
Bunge habría incluso vaticinado el advenimiento del peronismo, al identificar
gran parte de las realidades económicas y sociológicas que contribuirían a su
nacimiento. Por otra parte, Llach sostiene que si bien la crítica de Bunge al
modelo agroexportador es formulada “desde adentro”[xiv],
es a la vez inflexible respecto de la necesidad de su modificación. Aunque se
equivocara en algunas de sus propuestas, Bunge habría logrado identificar el
núcleo del estancamiento económico argentino: la conjunción de la explotación
extensiva de la tierra, el estancamiento demográfico y los límites al
desarrollo del mercado interno[xv].
Finalmente, Llach repasa las contribuciones de Bunge al debate contemporáneo
respecto de fragilidades de la Argentina agroexportadora y la cuestión de la
“demora” del desarrollo económico: la caída de la inversión extranjera en
infraestructura, la inmigración y la incorporación de tierras a la producción,
pilares del crecimiento registrado hasta la Primera Guerra; implicó el cese de
la posibilidad de apropiación de la renta de la tierra como motor fundamental
del desarrollo; y, ante esta situación, surgió la necesidad de reformular la
política económica y el rol del Estado -que debía intervenir limitándose al
fomento, la protección y la regulación del ciclo económico sin ser “ni
industrial ni comerciante”[xvi].
Para esto, Bunge consideraba imprescindible un cambio en la “conciencia
nacional”[xvii],
mediante una modificación de la conducta de empresarios y consumidores (“los
primeros, encarando un programa de inversiones más activo y diversificando y
los segundos aprendiendo a valorizar más la producción nacional, entonces mal
mirada…”[xviii]).
Llach, ante el consenso respecto del hecho de que Argentina no desarrolló todas
sus potencialidades, cree propicio preguntarse por qué la sociedad no vio lo
que sí detectaron Bunge y su grupo. Sostiene que antes de 1930 ni el poder
político ni las “señales del mercado” fueron suficientes para un cambio de
rumbo. En consecuencia, los virajes en la política económica habrían sido
tardíos y problemáticos: “…las ideas de Bunge hubieran aportado la decisión y
la sensibilidad social que faltaban en el plan de Pinedo de 1940, así como la
racionalidad en la asignación de recursos de la que careció el programa de
Perón”[xix].
Halperín, por su parte, introduce la figura de Bunge en Vida y muerte de la república verdadera
(1910-1930), obra en la cual estudia un período a su entender signado por
la democratización de las prácticas políticas y un modo novedoso de
articulación entre el conflicto social y el movimiento político. Halperín sostiene que en ese contexto la larga etapa de
crecimiento económico argentino, resultado de la expansión de la economía
atlántica, se acercaba inexorablemente a su fin. Sin embargo, esto no era
advertido por las principales figuras políticas e intelectuales contemporáneas,
excepto pocas excepciones. Entre ellas, destaca a Bunge. A diferencia de lo que
sostiene Llach (“son pocos los que conocen a Bunge, muy pocos los que lo han
leído”[xx]),
Halperín resalta el “eco” duradero de su propuesta, “quizás porque ella tiene
algo que ofrecer a muy variados sectores de las clases propietarias”[xxi].
Si bien realza su intención de “despertar a la opinión de la peligrosa
complacencia con que asiste al progresivo estancamiento de una economía antes
tan dinámica”[xxii],
sostiene la peculiaridad del pensamiento económico de Bunge, quien realizaría
un “diagnóstico global, y esencialmente intuitivo”: “Bunge construye (…) a
partir de sus impresiones sobre el vigor de una sociedad, una acerca del estado
de su economía que no se basa en una exploración lo bastante sistemática de los
datos que la definen para formular un diagnóstico de los problemas
estrictamente económicos que ella plantea”[xxiii]
. Halperín sintetiza la propuesta de Bunge: en primer lugar, sostenía como
precondición una “reforma radical de actitudes colectivas”, que implicara
centralmente dejar de lado las actitudes autocomplacientes. Luego, postulaba la
necesidad de adoptar el proteccionismo tanto agrícola como industrial, como
modo de superar rápidamente el estancamiento económico. El fomento de la
industria mediante la protección aduanera sería la respuesta a la situación de
la baja de los precios de exportación y alza de los costos de producción y
cargas fiscales. En contraste con Llach, que señala la originalidad del
diagnóstico de Bunge, Halperín remarca que elude “razonar como economista
frente a los problemas de la economía argentina (…) no hace sino deducir
corolarios distintos de una noción básica que casi nunca hace explícita: a
saber, que la economía argentina sigue sufriendo las consecuencias de una
crónica escasez de capitales, y ello hace necesario (…) facilitar su
acumulación por las empresas nacionales, y (…) ofrecer a la inversión
extranjera condiciones que le hagan atractivo seguir desempeñando en el futuro
el papel que ya había sido el suyo en las pasadas etapas…”[xxiv].
Esta noción implicaría corolarios menos atractivos que Bunge no discute: el
fuerte descenso del salario real y la dificultad de imponer sus propuestas en
el marco de una democracia de sufragio universal, en la cual los gobernantes aspiran
al “bienestar inmediato de las masas”[xxv].
Esto último se ve reflejado en el apoyo y la participación de Bunge como
funcionario de los gobiernos instaurados a partir del golpe de Estado de 1930,
que los autores mencionan pero no desarrollan en profundidad. Respecto de la
cuestión del salario real, en uno sus escritos Bunge considera en modo
explícito esa cuestión: parte de considerar el problema de que “…se vende
barato el trigo destinado a la exportación y caro el destinado al consumo, se
vende barata la carne destinada a la exportación y cara la destinada al
consumo”[xxvi].
Y añade: “Se ha dicho que perjudica a los trabajadores y a todo el país que los
precios de exportación suban, porque eso provoca el alza de los precios del
consumo interno y encarece la vida (…) aunque difícil, no es imposible
establecer algunas normas que permitan precios internos, de consumo, inferiores
a los de exportación”[xxvii].
Hay otro ejemplo de la preocupación “social” por parte de Bunge, más allá del
carácter conservador que subyace sus propuestas: tiene que ver con su interés en
reformular el sistema tributario: “…que los impuestos sean gravosos para la
gran mayoría de los habitantes del país formado por trabajadores y la pequeña
burguesía, pero muy llevaderos para los demás (…) nuestro régimen impositivo
debe reformarse (…) Lo que pienso del impuesto a la renta, como eje de esa
reforma (…) Habríamos aumentado los impuestos, pero gravitarían sobre los que
tienen capacidad económica manifiesta (…)
Y el país, en cambio, tendría mucho de lo que hoy le falta…”[xxviii].
En este sentido parece caber la reflexión de Llach, que destaca de Bunge -a la
vez conservador y crítico de la autocomplacencia de la burguesía agropecuaria-
la independencia de criterio.
IAE-Universidad Austral, desde 2000. En ese marco, dirige los proyectos Equidad educativa y Poderes globales, poderes locales.
Miembro de la Academia Nacional de Educación, desde 2003
Miembro de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, desde 1994 y miembro del Consejo de dicha Academia, desde 2004
[i]
Los datos biográficos y aquellos sobre la trayectoria profesional de Bunge
fueron tomados de la bibliografía de la clase.
[ii]
Extracto de Alejandro Bunge, Los
problemas económicos del presente, Buenos Aires, 1920, p. 3.
[iii]
Extractos de la Revista de Economía
Argentina, 1 de julio de 1921, p. 449. Ya en 1928, Bunge habla de un estado
de “decadencia económica” y de “crisis del trabajo nacional” (ver extractos de
Alejandro Bunge, La economía argentina,
Vol. 2 (Capital y producción), Buenos Aires, 1928).
[iv] El agregado entre corchetes es nuestro
[v]
Extractos de la Revista de Economía
Argentina, 1 de julio de 1921, p. 451.
[vi]
Ibíd., p. 452.
[vii]
Ibíd., p. 454.
[viii]
Bunge hace constantes menciones a la necesidad de mantener, sin embargo, buenas
relaciones internacionales: “Una política económica de reacción agresiva contra
la que practican esos grandes estados, a los cuales tanto debemos en el orden
cultural y material, significaría, además de una ingratitud, un error. Ningún
pueblo puede ni debe replegarse sobre sí mismo en una forma excluyente. Nuestro
nacionalismo (…) no excluye la vida armónica de relación, ni el comercio ni el
contacto espiritual con las demás naciones” (Ibíd., p. 457).
[ix]
Revista de Economía Argentina,
noviembre 1930, p. 311. Debe destacarse el hincapié puesto en el desarrollo de
las economías regionales como clave del desarrollo nacional.
[x] Llach, Juan José,
“Alejandro Bunge, la Revista de Economía Argentina y los orígenes del
estancamiento económico argentino”, en La Argentina que no fue, Tomo I, Buenos
Aires, Ediciones del IDES, 1985, pp. 9-38. Llach es un economista y sociólogo
argentino; profesor emérito del IAE Business School de la Universidad Austral y columnista del diario La Nación. Fue funcionario del Ministerio
de Economía durante el gobierno de Menem, llegando a ser Viceministro durante
la gestión de Domingo Cavallo. Se desempeñó, además, como Ministro de Educación
durante el primer año de gobierno de Fernando De la Rúa. Es investigador del
Conicet y formó parte del Instituto Di Tella y la Fundación Mediterránea.
[xi] Halperín Donghi,
Tulio, Vida y muerte de la república verdadera (1910-1930), Buenos Aires,
Ariel, 1999, pp. 164-183. Halperín Donghi fue un historiador argentino, autor
de numerosos libros de historia política argentina. Fue docente en varias
universidades nacionales y extranjeras y decano de la Facultad de Humanidades y
Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Durante la dictadura de Juan
Carlos Onganía emigró a los Estados Unidos. Fue director de la colección
Biblioteca del pensamiento argentino, de Editorial Ariel.
[xii]
Llach, Juan José, Op. Cit., p. 10.
[xiii]
Ibíd., p. 12.
[xiv]
“Es sin duda grande el progreso de una nación que de una producción ganadera,
rudimentaria, pasa a una exportación que aunque de materia prima o con escasa
elaboración, corresponde a la variedad de productos que le permite practicar su
suelo” (Extractos de la Revista de
Economía Argentina, 1 de julio de 1921, p. 456).
[xv]
Llach, Juan José, Op. Cit., p. 21.
[xvi]
En este sentido, sostiene Bunge: “Nosotros somos enemigos del
´Estado-Providencia´y del socialismo del Estado (…) pero declaramos que, en
este caso, sólo el gobierno del país puede hacer posible la política
económico-internacional, que imperiosamente reclaman las circunstancias”
(Extractos de la Revista de Economía
Argentina, 2 de agosto de 1918, p. 187).
[xvii]
Bunge explicita la necesidad del desarrollo de la conciencia nacional como
condición para la aplicación de su programa económico. Al respecto, sostiene
que los factores que favorecen su desarrollo se vinculan al conocimiento del
territorio, la región y la raza, así como los índices de progreso. En
contraposición, resalta que el “menosprecio a todo lo propio” y la “afición a
lo exótico y el tipo mental cosmopolita” son factores adversos para la
formación “del sentido nacional y la conciencia patria” (Ver “La conciencia
nacional”, en Alejandro Bunge, La
economía argentina, Vol. 1, pp. 13-34).
[xviii]
Llach, Juan José, Op. Cit., p. 22.
[xix]
Ibíd., p. 23.
[xx]
Ibíd., p. 15.
[xxi]
Halperín Donghi, Tulio, Op. Cit., p. 178.
[xxii]
Ibíd., p. 179.
[xxiii]
Ibíd.
[xxiv]
Ibíd., p. 181.
[xxv]
Ibíd., p. 182.
[xxvi] Extractos de la Revista de Economía Argentina, 2 de agosto de 1918, p. 185.
[xxvii] Extracto de Alejandro Bunge, Los problemas económicos del presente, Buenos
Aires, 1920, pp. 15-16.
[xxviii]
Ibíd., pp. 17-18.
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Contribución de María Eugenia:
La
bibliografía está centrada en el pensamiento de Alejandro Bunge respecto a su
visión del modelo agroexportador y la necesidad de un cambio en las políticas económicas
para que Argentina pueda dinamizar su producción y así no quedar estancada en
su desarrollo.
La selección
de documentos de Bunge abarca sus pensamientos desde 1916 hasta 1930. En los
primeros textos cronológicamente analizados, Bunge, quien viene de una familia
tradicional y de buena posición, comienza a vislumbrar los problemas de
desarrollo a futuro que podría implicar la continuidad de políticas económicas
exclusivamente centradas en la exportación de unos pocos bienes primarios.
Su crítica a normas
de la política económica que fueron formuladas por dirigentes del pasado y que
no se han modificado hacia fines de la primer década del siglo XX, adecuándose
a un cambio de contexto y de ventajas económicas que antes tenía la Argentina y
que ya no están, apunta a que las mismas no generan oportunidades de trabajo
para las masas de inmigrantes recibidas,
a lo cual suma también la necesidad de una reforma en las políticas
educativas que debieran formularse en función del trabajo y de un mejor
racionamiento del mismo.
Bunge
arremete contra la doctrina que concibe a la Argentina como un país
exclusivamente agroexportador, resaltando la necesidad de un desarrollo de
industrias derivadas de las actividades agrícolas así como de otras industrias
manufactureras, incluso en condiciones desfavorables internacionalmente, como
condición necesaria para el desarrollo económico, cultural y del nivel de vida,
haciendo frente a la amenazadora dependencia que implica una economía que en
base a la exportación de contados productos importa miles de artículos
industriales manufacturados que podrían realizarse internamente.
Esto solo
puede ser posible, según el autor, a partir de una formación de conciencia
nacional en donde se fomente y estimule desde el Estado y los Bancos la
industrialización nacional con el apoyo de una opinión pública. Un cambio de
valoración desde los productores y desde los consumidores, donde lo nacional
sea la preferencia.
A partir de
este punto pueden dilucidarse los matices del pensamiento de Bunge y su carga
social.
Podemos
destacar, por una parte, su interés en lo nacional y en la problemática social:
Sumamente preocupado por la inclusión laboral de los inmigrantes y con
determinante convicción en la necesidad de defender, siempre remarcando la importancia
de no cortar relaciones, los precios de intercambio enfrentando a compradores y
proveedores, conquistando la independencia económica; preocupado también por
una distribución más equitativa desde lo fiscal, combatiendo los impuestos
regresivos; oponiéndose a su contemporánea generación del 80, caracterizada por
un pensamiento liberal y conservador, promoviendo una intervención de lleno
desde el Estado para el cambio necesario en políticas económicas hacia el
desarrollo y poniendo como baluarte la defensa de la producción nacional;
insistente en la necesidad de inclusión de la mano de obra desocupada.
Todos estos
puntos podrían describir a Bunge como un pensador perteneciente a una
generación de conservadores y descendiente de una familia de clase alta que
difiere en pensamiento político.
No obstante,
no es menor su concepción respecto a esta conciencia nacional que tanto le
preocupa. Es peligroso confundir sus inquietudes respecto a la cuestión social
con pensamientos de izquierda y de lucha de clases. Si bien Bunge se posiciona
en una defensa de lo nacional y de una distribución más equitativa, no por eso
deja de tener una carga conservadora de peso en su pensamiento. La inclusión de
los inmigrantes está sustentada en una selección de los mismos, según sus
características y de donde provengan. Para Bunge, la población argentina había
constituido una “raza” nueva “ya uniforme con crecientes rasgos propios que ha
fusionado la hidalguía castellana con la energía y el espíritu de trabajo de
los hombres de Norte”.
En este
orden, la Liga Patriótica representa para él una prestigiosa institución
llamada a desarrollar y mantener el espíritu nacionalista sano y puro.
Podría
encontrarse una contradicción entre sus pensamientos de intervención estatal en
pos del desarrollo e inclusión y estos pensamientos de “homogeinización de la
población” resaltando la labor de grupos paramilitares de ultraderecha que,
entre innumerables actos criminales, ejerció presión constante al gobierno de
Irigoyen en toda política que apuntara a una mejora en las condiciones de vida
y trabajo.
No hay
contradicción en verdad, Bunge está preocupado por el desarrollo económico, manteniendo
el bagaje conservador y de derecha de la generación política de la cual forma
parte, aun pudiendo discernir y mirar desde fuera con una gran visión a futuro,
tal como destaca Llach.
Halperín
Donghi, en el análisis del pensamiento de Bunge, escrito en 1999 en un trabajo
que pretende iluminar los pensamientos políticos que pensaron un futuro para el
país, acusa en cierto modo que el pensamiento de Bunge, lejos de ser desde un
lugar de economista político, es más un proteccionismo basado en la acumulación
empresaria que se traduciría, sin decirlo, en un descenso significativo del
salario real. Esto, para el autor, reproduce que el capital cumpla una función
irremplazable en la economía nacional, creando las condiciones para que así
siga siendo. Esto iría, según Halperin Donghi, en concordancia con la ubicación
de Bunge dentro de las fuerzas socioeconómicas dominantes.
Otro aspecto
que el autor encuentra oculto en el pensamiento de Bunge es que su propuesta no
va de la mano de la búsqueda de las dirigencias que, inmersas ahora en un
régimen democrático, pretenden satisfacer reclamos inmediatos más que de largo
plazo.
Podría
entenderse como una “acusación” de Donghi hacia Bunge respecto a su relación
con las posturas de derecha que buscan desestabilizar los gobiernos
democráticos, principalmente el de Irigoyen en ese momento.
Los escritos
de Llach (1985) no concordarían con esta posición de Halperín Donghi.
Según él, los
debates abiertos por la Revista de Economía Argentina de Bunge, son pioneros y
abrieron el camino al desarrollo de estrategias de desarrollo para que el país
recuperara su dinamismo en la posguerra. Cuestiones que, destaca el autor, hoy
permanecen irresueltas.
También
identifica a Bunge como quien abre el camino, aun sin querer, a las políticas
nacionales y populares del peronismo, aunque nunca hubiese apoyado políticas de
exclusivo autoabastecimiento, sino de intercambio justo y desarrollo del
mercado interno.
Llach
identifica a Bunge con el grupo de economistas que en su época estaban
preocupados por las cuestiones sociales y el desarrollo del mercado interno
como solución, con protección industrial. Esto en contraposición con el
análisis más duro Halperin Donghi.
El autor hace
un análisis de la Teoría de la Demora, es decir, la búsqueda de por qué no se
tomaron las medidas señaladas como oportunas por este grupo de pensadores al
cual pertenecía Bunge.
Además de
señalar la falta de iniciativa en la toma de decisiones políticas y económicas
orientadas a una industrialización más temprana de sustitución de
importaciones, Llach pone especial énfasis en las resistencias sociales y
políticas que remarcaron Di Tella y Zymelman en sus trabajos así como a la
distribución originaria colonizadora de las tierras que puso límites al
crecimiento de la población y del mercado interno.
Abre el
debate a pensar por qué no hubo consenso social en su momento y llama a las
ciencias sociales a trabajar en las miradas de largo plazo desde las
instituciones y desde la estructura social y política.
Si bien
siempre es necesario estudiar las miradas del contexto desde los autores, en la
década de 1920, todo levantamiento social que buscara una redistribución más
equitativa de riqueza y de derechos, fue fuertemente reprimido desde el Estado
como desde los grupos paramilitares mencionados anteriormente, así como desde
la posición de poder del capital.
Llach no
menciona esto como tampoco lo menciona Bunge, al pretender una reforma de
políticas como de consenso público desde lo institucional pero no desde el
reclamo de las masas de trabajadores desplazados por el modelo agroexportador.
CITAS
BIBLIOGRÁFICAS Y AUTORES:
Halperín Donghi, Tulio, Vida y muerte de la república
verdadera (1910-1930), Buenos Aires, ariel, 1999. (Páginas 164 a 183)
TULIO HALPERÍN DONGHI: (La Plata, 1926) Historiador
argentino. Licenciado en derecho y en filosofía y letras, en 1955 se doctoró en
historia por la Universidad de Buenos Aires. Ejerció luego la docencia en la
Universidad de la Plata y en la de Buenos Aires, en la que fue catedrático
entre 1960 y 1966. Ese año renunció a su cátedra de historia en Buenos Aires
por su oposición a la dictadura de Juan Carlos Onganía (1966-1970), y en 1967
emigró a los Estados Unidos, donde desde 1971 fue profesor en Berkeley. Su
labor como historiador de la nación argentina ha prestado especial atención a
las motivaciones ideológicas de los sucesos históricos y se centró en sus
inicios en las etapas de la revolución y la independencia.
También fue director de Biblioteca del Pensamiento
Argentino, una colección de libros de historia de la Editorial Ariel.5 En
1972 publicó "Revolución y guerra", un estudio sobre la élite
política y militar argentina durante la independencia de España. Otras de sus
obras son "El enigma Belgrano", "Historia contemporánea de América
Latina" y "La larga agonía de la Argentina peronista".
Colaboró con el diario La Nación en el período
comprendido entre 1973 y 1987 y con el marco teórico de algunas novelas
históricas que eran compra opcional de la revista Humor.
Recibió dos Premios Konex de
Platino a las Letras en la disciplina Historia en 1994 y 2004, así como la
Mención Especial por Trayectoria de los Premios Konex en 2014.
Falleció el 14 de noviembre de 2014, a los 88 años.
Llach, Juan José, “Alejandro Bunge, la Revista de
Economía Argentina, y los orígenes del estancamiento económico argentino”, en
Valores de la sociedad industrial, ISSN 0326 3398, Nº
59, 2004 (Ejemplar dedicado a: Las bases éticas de la
creación de la riqueza), pags. 51-65. Disponible en: http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1250708
JUAN JOSÉ LLACH: Nació el 07/02/1945. Licenciado en
Sociología (UCA) y en Economía (UBA). Profesor y Director del GESE (Centro de
Estudios de Gobierno, Empresa, Sociedad y Economía) IAE-Universidad Austral.
Fue Investigador del CONICET (PK),
del Instituto Di
Tella (PK) y Profesor de Economía y Sociología de la UBA.
Miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Educación, de
la Academia Pontificia de Ciencias Sociales y del Consejo Nacional de Calidad
de la Educación. Columnista del diario La Nación
(PK). Autor de 40 trabajos académicos sobre economía, historia y
educación y seis libros, entre ellos Reconstrucción o estancamiento (1987); Otro
siglo, otra Argentina (1997);Educación para todos, con Silvia
Montoya y Flavia Roldán (1999) y El desafío de la equidad educativa (2006),
con Silvina Gvirtz y un equipo de colaboradores. Fue Secretario de Programación
Económica de la Nación (1991-96) y Ministro de Educación de la Nación
(1999-2000).
Ocupaciones actuales: Profesor de Economía,
Director del GESE (Centro de Estudios de Gobierno, Empresa, Sociedad y
Economía) y del Programa de Gobierno para el Desarrollo de Líderes de
Comunidades Locales, IAE-Universidad Austral, desde 2000. Dirige allí los
proyectos Equidad educativa y Poderes globales, poderes locales.
Bunge, Alejandro, selección de textos de la Revista de
Economía Argentina
ALEJANDRO BUNGE:
(1880-1943) perteneció a los sectores dominantes de Argentina a comienzos del
siglo XX. Compartía con ellos la exaltación, en el plano político y económico,
de la denominada generación del ochenta, que forjó a la Argentina del granero
del mundo. De pensamiento conservador, rechazaba las ideologías de izquierda
que agitaban la protesta social y calificaba como"electoralistas"
muchas de las mejoras sociales sancionadas por el yrigoyenismo. Como muchos
otros miembros de las"clases cultas" de su época, profesaba un
racismo con pretensiones científicas que lo llevaba a señalar como un
privilegio argentino la existencia de pocos"negros e indios" en
nuestras tierras.
Sin embargo, algunas
de sus ideas económicas y sociales se alejaron de los lugares comunes de su
ámbito social y de su época. Con manifiesta influencia del historicismo alemán
recibida durante su formación como ingeniero en Alemania, y aplicando
(entonces) novedosos métodos cuantitativos para el estudio de los fenómenos
sociales, llegó a la conclusión de que el modelo agrícola-ganadero-exportador
se encontraba agotado y que debía avanzarse en un desarrollo industrial volcado
al mercado interno. Se convirtió, de esa manera, en un precursor de las ideas y
prácticas económicas que predominaron en Argentina y gran parte de América
Latina, luego de su muerte.
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Contribución de Romina:
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Contribución de Romina:
Hacia comienzos del siglo XX,
la República Argentina sostuvo un crecimiento económico sostenido de gran
importancia basado en el Modelo Agroexportador, el cual la colocaba como uno de
los proveedores más significativos de alimentos a nivel mundial. Sin embargo,
debido a diferentes factores internos y externos, esta situación fue cambiando
en detrimento de la economía nacional,
lo que permitió que pensadores de la época, como Alejandro Bunge,
reflexionaran sobre el curso futuro de la misma.
Miembro de una familia alemana
perteneciente a la elite social, intelectual y política, Alejandro Bunge creció
bajo una variada influencia cultural. Hacia principios de los años veinte,
Bunge se posiciono como un gran crítico de las políticas económicas llevadas
adelante por los gobiernos radicales, y en materias como la inmigración, el
comercio exterior, el trabajo y la cultura local. A través de sus numerosos trabajos e
investigaciones y principalmente de la “Revista de Economía Argentina”,
Alejandro Bunge expuso sus reflexiones sobre la situación económica y social de
la época con una perspectiva que por momentos asombra por los rasgos
progresistas de la misma. Esta Revista
fue creada y editada por Bunge y un
equipo de pensadores alineados desde 1918 hasta 1952. Desarrollo una fecunda
tarea de publicista que se concretó en ocho libros y múltiples artículos,
además de dedicarse a la función pública, actividad empresarial y tareas de
docencia[1].
Teniendo en cuenta la
selección de sus trabajos, este particular pensador plantea una serie de
lineamientos de los que pueden distinguirse los puntos más importantes de su
reflexión. En principio, realiza una crítica a las normas de política económica
del momento, siendo que no poseen la capacidad necesaria de adaptarse al
contexto cambiante y a las nuevas dimensiones del país. Adjudica esta
deficiencia a falta de aplicación de investigación científica para la
formulación de las mismas, debiendo
“prestar más atención a la economía positiva”1[2].
Plantea “la necesidad y posibilidad que posee nuestro país de vivir una vida
económica más independiente” que hasta ese momento, siendo el único obstáculo
la falta de convicción y definición de las normas necesarias[3].
La propuesta de una trasformación de la estructura económica nacional como una
necesidad urgente para el progreso y la independencia económica, basando la
misma en el perfeccionamiento de la producción agrícola, ganadera y sobre todo
manufacturera[4].
La industrialización entra como una de las propuestas más claras en la búsqueda
de la diversificación de la producción nacional, siendo que desde la visión de
Bunge, el país cuenta con los recursos necesarios para ser llevada adelante,
con el solo obstáculo de la indiferencia política del momento.
La figura de Alejandro Bunge
se entiendo como un referente de la época a través de los textos de Juan José
Llach y Tulio Halperín Donghi, quienes toman sus estudios para una
profundización del análisis del periodo.
En “La Argentina que no fue”, Llach
destaca los trabajos e investigaciones de Bunge, sobre todo a través de la
Revista de Economía Argentina, los cuales en su percepción, aportan un
“diagnóstico singularmente lucido” de los problemas irresueltos del desarrollo
económico argentino[5].
Este autor destaca que desde las primeras publicaciones de la Revista, Bunge deja en claro que “ha terminado un ciclo de la vida de la
política económica del país y que comienza o debe comenzar, uno nuevo”, siendo
“totalmente inflexible en cuanto a la necesidad de su modificación de cara al
futuro”[6].
La intervención del Estado se plantea como fundamental para lograr un
desarrollo agropecuario intensivo y una mayor industrialización con el objetivo
de evitar el estancamiento económico[7].
Aun con análisis poco acertados, Bunge logro identificar signos de éste en la
interacción de la explotación extensiva de la tierra, el estancamiento
demográfico y los límites al desarrollo del mercado interno[8].
Finalmente, se destacan los aportes de la Revista
al análisis de las fragilidades de la Argentina agroexportadora y la
cuestión de la “demora” del desarrollo económico, periodo considerado entre
1914-1933. Esta idea plantea que el país se encontraba en condiciones de
encarar una decidida industrialización, la cual no se produce a causa del cese de
tres elementos presentes en el crecimiento económico hasta la Primera Guerra
Mundial: la inversión extranjera en infraestructura, la inmigración y la
incorporación de tierras a la producción[9].
Ante este nuevo contexto, la ventaja comparativa residida en la intensificación
del campo o en la inversión en industrias, siendo para cualquiera de estas
opciones significativa una nueva política económica que direccionara el capital
y el trabajo[10].
Si bien existen enfoques que caracterizan como idealista esta visión, otros
historiadores concuerdan con que algo debió ocurrir para que la Argentina no
desarrolle sus potencialidades económicas5. En búsqueda del análisis
y la profundización de la reflexión,
para Llach es importante el razonamiento acerca del “condicionamiento que las
instituciones ejercen sobre la economía”, siendo las mismas la sociedad
política, civil, e incluso la cultura[11].
Halperín Donghi por su parte analiza las reflexiones
de A. Bunge en su trabajo “Vida y Muerte de la Republica Verdadera”. En este fragmento
de su obra, el autor plantea que la fórmula que había llevado a la Argentina a
un crecimiento vertiginoso, estaba agotándose, lo cual era percibido por un
acotado sector intelectual, entre los que se encontraba A. Bunge. Sin embargo,
en contraposición de lo que sostiene Llach, Halperín realiza una crítica a las
investigaciones de Bunge, valorando su intención de promover la reflexión sobre
el estancamiento económico del momento, pero cuestionando los métodos “intuitivos”
con los que realiza los mismos[12]. Según este autor, “construye entonces, a
partir de sus impresiones sobre el vigor de una sociedad” un diagnóstico de los
problemas económicos que ella plantea[13]. Halperín
sostiene que Bunge “elude razonar como economista frente a los problemas de la
economía argentina”[14]. En
cuanto a sus propuestas económicas, como la implementación del proteccionismo
tanto agrícola como industrial, lleva implícitos algunos aspectos menos
atractivos como un descenso significativo del salario real[15]. Al finalizar, este autor sostiene que las
propuestas que Bunge deduce de sus investigaciones “difícilmente podrían
imponerse en el marco de una democracia
de sufragio universal, que inspira en los gobernantes una interesada solicitud
por el bienestar inmediato de las masas”[16].
Bunge ve en la democratización y en la acción benefactora de los gobiernos de
la época hacia los sectores sociales, las causas del estancamiento económico,
lo cual no lleva a condenarla, ya que la transformación del Estado en un factor
negativo, es lo que “se suele pagar como precio de las grandes conquistas
políticas”[17].
[1] Datos biográficos
sobre la vida de Alejandro Bunge tomados de la selección de textos para la
clase.
[5] Llach, Juan José, “Alejandro Bunge, la Revista
de Economía Argentina y los orígenes del estancamiento económico argentino”, en
La Argentina que no fue, Tomo I, Buenos Aires, Ediciones del IDES, 1985, p. 9
[15] Ibid.,
pp.181-182
[16] Ibid.,
p. 182
[17] Ibid.,
p. 181-182
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Contribución de Alexander:
Contribución de Alexander:
El pensamiento de Alejandro Bunge
viene a ser rescatado en ambos textos de la bibliografía obligatoria, por su
diagnóstico en tiempo real, a cerca del estancamiento del modelo agroexportador
argentino en el período de entreguerras.
En el texto de Tulio Halperín Donghi
[Vida y muerte de la República verdadera, 1999] se rescata a Bunge en el
contexto de cierta corriente de aspiración nacional de independizarse
económicamente de los grandes centros manufactureros de la economía atlántica,
como quién denuncia de manera más intuitiva que sistemática, la necesidad de
accionar políticamente para rediseñar
ciertos ejes de la economía nacional.
Sus propuestas para superar el
estancamiento económico, se extrae de Halperín Donghi, se orientan sobre un
doble eje: por un lado, el tratamiento del problema del estancamiento económico
argentino como un problema de voluntad moral: “Como veremos más adelante, lo que nos hace falta para practicarla con
mayor vigor [a la definitiva emancipación económica] es una cuestión de orden espiritual. Nos falta la convicción, la
definición de las normas necesarias y la decisión para obrar, todo lo cual ha
de venir muy en breve.”[1]
En su lado más concreto, las
propuestas de Bunge se orientan a proteger la producción agrícola e industrial
para diversificar la producción y generar nuevas oportunidades de empleo: “ha llegado el momento de orientar el
esfuerzo nacional de forma enérgica y clara, hacia el perfeccionamiento de su
producción, multiplicando sus cultivos, no en extensión sino en variedad,
explotando las minas y ensanchando y creando manufacturas.” [2]
Halperín Donghi, acusa finalmente
a Bunge de omitir inconscientemente producto de su escasa formación económica,
tres corolarios que subyacen a sus recomendaciones de política:
Que el estancamiento económico de
Argentina es producto de una escasez crónica de capitales y que por lo tanto
habrá que “facilitar su acumulación por las empresas nacionales, y
por otra ofrecer a la inversión extranjera condiciones que le hagan atractivo
seguir desempeñando en el futuro el papel que ha había sido el suyo en las pasadas
etapas creadoras de la economía nacional[3]”.
Que el proteccionismo agrícola e
industrial sobre la base de la acumulación empresaria conlleva un descenso del
salario real, podemos suponer, de la masa asalariada.
Y finalmente, que semejante tipo
de política económica, sería antipopular, y por lo tanto, tendría poco éxito en
un sistema democrático de sufragio universal como el argentino (dónde la masa
asalariada podría votar).
El contrapunto con el texto de
Juan J. Llach [Alejandro Bunge, la Revista de Economía Argentina y los orígenes
del estancamiento económico argentino] es notorio, y aunque se parte de una
síntesis del pensamiento de Bunge bastante similar, terminan en conclusiones
diferentes.
En este texto se desarrolla un
poco más el núcleo propositivo del pensamiento de Bunge (necesidad de fomento
estatal para un desarrollo agropecuario más intensivo y una industrialización
basada en materias primas, unidad económica con Estados Unidos y Latinoamérica,
y necesidad de “un cambio en la conciencia nacional”) y se lo ubica como el
padre de la curiosa “teoría de la demora” al denunciar el estancamiento del
modelo agroexportador una vez agotados sus tres pilares básicos de desarrollo:
el corrimiento extensivo de la frontera de producción agrícola, la inversión
extranjera orientada a ferrocarriles y el crecimiento demográfico basado en la
inmigración.
El resto de la exégesis de Llach
se basa en preguntarse por qué no se tomaron las medidas que hubiesen
contrarrestado el agotamiento del modelo agroexportador: “¿por qué la sociedad, o los grupos relevantes, no vieron lo que sí veía
Bunge? Y ¿cuál es el poder de las señales del mercado para modificar en tiempo
y forma estructuras productivas y ocupacionales especializadas?[4]”
La respuesta tentativa corre el
eje del problema por fuera de la economía y lo vuelca sobre las instituciones:
es decir, lo que previno el desarrollo nacional llegado el agotamiento de una
estructura productiva, fue la incapacidad de forjar “una alianza social y política más amplia y capaz de dar respuestas más
tempranas”[5].
Así ambos autores coinciden en
rescatar al pensamiento de Bunge por su valor a la hora de denunciar y
diagnosticar los cambios en el orden económico internacional y la
ausencia/necesidad de una respuesta apropiada de la política nacional para
evitar el estancamiento producto del
desfasaje entre una matriz productiva agroexportadora y un escenario
internacional cada vez más agresivo y proteccionista. En este sentido, el propio Bunge resulta
taxativo: “nuestro comercio exterior se
ajusta exclusivamente a los intereses de nuestros compradores y de nuestros
proveedores del exterior […] tenemos una política económico-internacional
propia que nos imponen los demás países”[6]
En mi opinión, es en este sentido
dónde aparece lo más rescatable del pensamiento de Bunge: al dar cuenta del
nuevo escenario internacional y de lo insuficiente que resulta la alineación
agroexportadora para conducir al desarrollo de la Argentina: “Sustituir nuestra vieja política del
intercambio por otra ajustada a nuestras necesidades que, además de vigilar los
precios de compra y de venta, considerara nuestra producción industrial y la importación,
puede expresarse en pocas palabras: conquistar la independencia económica de
que hasta hoy carecemos”[7]
Bunge introduce constantemente el
concepto de independencia económica, y al hacerlo, reconoce relaciones
desiguales de poder entre países, que socavan el bienestar de una población en
detrimento de la otra. Habla de la división entre países especializados en producción
primaria y aquellos en producción industrial: “los estados que practican la política del beneficio absoluto,
dedicándose a producir algunos artículos o materia prima y a comprar en el
exterior las manufacturas que necesitan, son los más atrasados”[8] y no
deja dudas al respecto del lugar que ocupa la Argentina en el escenario
económico internacional: “Estamos, pues,
aún hoy, al servicio de aquella política exterior que consiste en comprar
materia prima y vender artículos manufacturados”[9].
Resulta interesante entonces el
alcance que tiene la comprensión del escenario internacional que plantea Bunge,
y en algunos casos, resulta predictiva de lo que será, por ejemplo, la política
económica internacional de Estados Unidos en Latinoamérica.
Sin embargo, y retomando las
limitaciones, es llamativa la ausencia de conflicto que hay en su exposición.
Se manifiesta en un doble sentido: por un lado, de forma casi ingenua, al
suponer la completa pasividad de los demás actores del entramado internacional
atlántico en un período, justamente, de entreguerras: “podremos procurar esto [esfuerzos en fundamentar una política
económico-internacional] sin herir en lo más mínimo los justos derechos de
nuestros tradicionales amigos , hoy nuestros mayores compradores, pero también
sin abdicar de ninguno de los nuestros, ajustando nuestro comercio exterior
estrictamente a nuestros intereses”.[10] Por el
otro, la falta de conflictividad al interior de los propios sectores
nacionales, que si bien es reconocida, no asume en ningún momento, una
caracterización lo suficientemente nítida como para dar cuenta de la
resistencia interna que una des-primarización de la economía podría llegar a
traer.
En síntesis, Bunge elabora una
potente descripción del tiempo internacional que lo rodea, agrupando a las
economías atlánticas en industriales y primario-exportadoras, capta que el
beneficio de unas, va en detrimento del beneficio de las otras, y propone la
necesidad de reorganizar la política económica para modificar la inserción
internacional desfavorable de la Argentina. Todo esto suponiendo que no traerá
ningún conflicto con una clase dirigente esencialmente agroexportadora ni con
los llamados países industriales, cuyas agresivas políticas comerciales
resultarían en una acción militar a escala global sin precedentes.
[1]
Alejandro Bunge (Julio 1921). Nueva orientación de la política económica
Argentina. Revista de Economía Argentina. P 459.
[2]
Ibídem, p 453.
[3]
Tulio Halperín Donghi, Vida y muerte de
la república verdadera: 1910-1930, Buenos Aires, Argentina. 1991. P181.
[4]
Juan J. Llach, Alejandro Bunge, la
Revista de Economía Argentina y los orígenes del estancamiento económico
argentino. P 61.
[5]
Ibídem, P 63.
[6]
Alejandro Bunge, Los problemas económicos
del presente, Buenos Aires, 1920. P 11
[7]
Ibídem. P 15.
[8]
Alejandro Bunge (Julio 1921). Nueva orientación de la política económica
Argentina. Revista de Economía Argentina. P 454.
[9]
Ibídem. P 456.
[10]
Alejandro Bunge, Los problemas económicos
del presente, Buenos Aires, 1920. P 15.
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